Capítulo XIV. Comparaciones odiosas

Siempre hay que dejar en claro con qué se comparan las cosas. A veces nos pasaba que al dueño le mandaban el dato de una chica que era “la más linda” de algún pueblito. Ahí nos íbamos a buscarla. Y resulta que sí, pero que en el publito había doce habitantes contando a un chancho. O uno dice: “me comí una milanesa gigante”. Y resulta que es grandecita comparada con las milanesas que sirven en el puesto de al lado, que encima son como de carne picada, es como un puré apretado, una porquería que no sé cómo les permiten que la vendan en la vía pública. Pero no es una milanesa gigante si uno la compara con las milanesas de “El Rey de la Milanesa”, que sobresalen del plato de los dos lados, y si sos medio p…, pero medio p… de verdad, no p… tildado por Marcela, que le dice p… a cualquiera, si sos p… de verdad, digo, no te la podés terminar y decís que son milanesas para compartir. Vaya uno a saber el tamaño de la vaca que usan para esas milanesas, porque en la carnicería por más que te cortan el pedazo de nalga en chanfle no hay forma de sacar una milanesa de semejante longitud.

Por eso, la cuestión de los tamaños, como todo, es relativa. La babosa, por ejemplo. El Cara estaba allá abajo conversando con una babosa gigante. Dicho así, parece que fuera una babosa King Kong de cuarenta y cinco metros. En realidad, era gigante comparada con las babosas de jardín, que les tirás sal y se retuercen. Ésta mediría metro y medio, un poco menos: sería del tamaño de un enano. Desde arriba no era fácil de medir, por la perspectiva, y porque con Marcela estábamos tratando de dar vuelta en el aire, y es imposible. Lo único que conseguimos fue desacomodarnos y caer de c… en la nieve, a trescientos o cuatrocientos metros del Cara. Suerte que no nos miró, porque seguro que no nos hubiera felicitado por la elegancia del aterrizaje.

El Cara de Cartón, más que conversar con la babosa, discutía. Nos acercamos con prudencia. Marcela en seguida quería saltar, pero la convencí. Capaz que nos pasábamos de largo otra vez, y lo más importante es que nos estábamos acercando a una babosa relativamente gigante: mejor no tomar riesgos. Así que fuimos caminando, o dando saltitos prudentes.

A medida que nos acercábamos, podíamos ver con más claridad. El Cara -ahora, media Cara, pero capaz que conviene que le siga diciendo “el Cara” para no confundirme- gesticulaba moviendo los brazos. De pronto se había vuelto italiano. La babosa tenía unos bracitos cortos, bastante graciosos, y los movía exactamente igual que el cara. La babosa resultaba muy cómica.

-¡Tirale sal!-, le grité. Marcela me pegó un codazo, pero también se reía.

El Cara no, el Cara parecía más preocupado que nunca. Cuando nos sintió llegar, empezó a hacernos señas y a gritar.

-¡Fuera, fuera!

-¿Este se cree que somos perros?-, me dijo Marcela.

-Se los copia, se los copia, se van-, dijo el Cara, con su facilidad de palabra.

No entendimos nada. La babosa no parecía un peligro, la verdad. Ni siquiera parecía tan inmunda como uno se podría imaginar, porque era gelatinaosa, del color marrón verdoso que tienen las babosas de jardín, pero no parecía húmeda. Supongo que lo asqueroso tiene que ver con la humedad.

Tenía unas piernitas cortas, tan cortas como los bracitos. Lo más cómico era la cabeza. Tenía una cabeza muy grande, pelada y larga, con una sonrisita apenas marcada, como dibujada con una regla. De cerca no se parecía tanto a una babosa.

-¡Se parece al Cara!-, propuso Marcela.

-¡Es cierto!

Nos moríamos de la risa. La babosa parecía una caricatura del Cara. Estaban discutiendo, pero como movía los brazos igual que él, parecía un mimo.

-¿No será un mimo?-, le dije a Marcela.

-No creo, mirá cómo se le va encima.

Tenía razón. Discutían. No entendíamos nada, la babosa hacía una especie de “chaca chaca chaca”, y el Cara contestaba haciendo chasquidos parecidos sin mover la boca -la mitad de la boca que le quedaba. Pero cada tanto la babosa le acortaba la distancia con un pasito y el cara retrocedía.

Lo he visto seguido en el Ganímedes ese método, te lo usan para amenazarte, te van arrinconando. A mi no, a mí los clientes me respetan, y además raras veces salgo de atrás del mostrador. ¿Para qué? Una vez que salgo, termino en la luna mirando discutir a una babosa.

Lo raro es que el Cara era más grandote, no tenía porqué dejarse amedrentar. La babosa daba más risa que susto. Cómo engaña la gente. No había que entender nada para ver que la discusión no llevaba a ningún lado. Como toda discusión, por otra parte. El Cara señalaba el desierto, hacía el gesto de algo grande y redondo, pateaba la tierra, pero la babosa le imitaba cada gesto, hacía “chaca chaca chaca” y daba un pasito para adelante.

Parecía que podían seguir todo el día, hasta que la babosa nos vio.

-Chaca chaca chaca-, dijo la babosa.

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